miércoles, 5 de marzo de 2008

CEMENTERIO DE COLÓN (III)

Recuerdo aun con total claridad la visita al cementerio de Colón. Mientras camino por sus calles tropiezo con algunos huesos, estoy a punto de recoger una cadera para llevarmela de recuerdo, pero algo en este caso me frena a hacerlo, un guardia sigue mis pasos.

El cementerio de Colón tiene guardias de seguridad y aun así ellos mismos no te aseguran que no vayas a tener algún problema en las zonas más apartadas de la necrópolis. Hablando con uno de ellos me comenta que se entierra a una media de 6o personas diarias allí. Adan, un colega de profesión cubano, me dice más tarde que se dió el caso de algún día llegar a los 500 entierros, resulta difícil imaginarlo.

Hablo con los guardias mientras una familia celebra un sepelio a unos 50 metros al tiempo que ellos controlan con algun que otro funcionario la quema de unos 30 ataudes. Todos los días exhuman cuerpos para dejar espacio a otros. Aunque el cementerio es grande no es del todo suficiente para dar reposo a todos los difuntos que produce la Habana.
Al lado de la inmensa hoguera que producen los féretros hay unos grandes almacenes excavados en el suelo y cubiertos de planchas metálicas. Son osarios, toneladas de huesos se amontonan allí dentro. Más atrás hay un almacén donde dos funcionarios duermen a ambos lados de la puerta, no se con seguridad que contienen los cientos de cajas que se apilan allí dentro, supongo que serán huesos clasificados o algo por el estilo. Sobre una lápida de piedra otro funcionario duerme a pierna suelta con la convicción de que lo suyo no es precisamente descanso eterno.
La gente que viene del entierro cercano, pasa por delante de nosotros y nos miran con mirada asesina, como si hubiesemos sido nosotros quien matasemos a la persona que acaban de enterrar.

Los guardias me comentan de nuevo que tenga cuidado con los atracadores ya que no todas las zonas está vigiladas, me he quedado retrasado hablando con ellos y el grupo de gente con la que paseaba, Anxa, Camilo Franco, Óscar Villán y Suso de Toro, se ha perdido de vista. Me dirijo a buscarlos y efectivamente, los guardias estaban en lo cierto, finalmente me atracan, pero no es el tipo de atraco que yo esperaba, un tercer guardia me llama, me pide amablemente que me acerque a él y acto seguido me dice que la cosa en Cuba está muy mal y me pide si le puedo dejar algo. Le doy tres euros, siendo consciente de que eso puede ser la tercera parte de su sueldo mensual y con toda mi buena voluntad.

Finalmente compruebo que a los muertos en La Habana, los entierran en un lugar muy vivo.

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