Compré esta máscara en Venecia a finales de marzo. Ni que decir tiene que es una ciudad que encandila y uno se imagina no solo historias de amor sino como en todo lugar romántico, historias lúgubres que se pertrecharon entre sus húmedas callejuelas. Esta máscara es precisamente el recuerdo de una de estas oscuras tradiciones y que prevalece hoy en día, es la famosa imágen veneciana del médico de la peste, atuendo con el que los médicos pretendian alejarse de los vapores y pestilencias que supuestamente provocaban el contagio durante la plaga que en varias ocasiones asoló Europa. La primera glan plaga de 1348 diezmo a casi la mitad de población continental. Hasta el 1894, año en que el bacilo fue identificado, los tratamientos realizados a los pacientes afectados eran muy variados y dispares. Existe una extensa bibliografía médica, entre crónicas y descripciones, de los métodos utilizados y con los cuales se pretendía paliar los efectos de la enfermedad en el paciente. Desde sangrías, perforaciones y cauterizaciones de los bubones hasta el uso de todo tipo de hierbas y resinas para detener el contagio.
Los médicos depositaban en el pico de esta imitación de esqueleto de pájaro, hierbas aromáticas para abstenerse de los olores que desprendían los enfermos y usaban unas gafas para que sus alientos no tocaran tampoco sus ojos por temor a un posible contagio por vía ocular.
Sin duda alguna, recibir la visita de uno de estos médicos debía de ser casi tan terrible como padecer la propia enfermedad pues con ellos el sufrimiento seguro que se veía multiplicado y a saber la de víctimas que causaron ellos mismos facilitándoles a los infectados su camino hacia la muerte con tan sanguinarias prácticas.
Los médicos depositaban en el pico de esta imitación de esqueleto de pájaro, hierbas aromáticas para abstenerse de los olores que desprendían los enfermos y usaban unas gafas para que sus alientos no tocaran tampoco sus ojos por temor a un posible contagio por vía ocular.
Sin duda alguna, recibir la visita de uno de estos médicos debía de ser casi tan terrible como padecer la propia enfermedad pues con ellos el sufrimiento seguro que se veía multiplicado y a saber la de víctimas que causaron ellos mismos facilitándoles a los infectados su camino hacia la muerte con tan sanguinarias prácticas.